viernes, 4 de marzo de 2016

Luchando contra corriente

¡Qué lindo que es ese chiquito! ¿Verdad mami? -dije yo mientras veía televisión sentado a la par de mi mamá.
¡¿Lindo, Andrés?! ¡¿Lindo?! -respondió ella exasperada.

Hace un tiempo vino a mi el recuerdo de esta conversación que tuve con mi mamá cuando tenía si acaso 4 años, fue la primera vez que le hice un comentario que se podría catalogar como homosexual y, por claras razones, la última en mucho, mucho tiempo. Recuerdo que yo bastante acongojado después de ver la reacción de ella, por lo que dije algunas palabras con afán de enmendar el «error» que había cometido y después de eso no se volvió a hablar del asunto.

Había sido un comentario inocente. Sin malicia alguna. Claramente a mis 4 años no iba a entender demasiado de roles de género y mucho menos de homosexualidad, yo simplemente estaba viendo en pantalla a Jordy Lemoine en un video musical, me pareció lindo y quise compartirlo con mi mamá. ¡Para mi nada tenía de malo emitir la opinión sobre una persona! Hasta ese momento nunca nadie me había dicho explícitamente que estaba mal que siendo hombre me viera atractivos a otros hombres, pero después de ver la reacción de mi mamá me quedó claro que eso no podía ser, por algún motivo que no entendía no podía decir que otro hombre era lindo.

Es difícil pensar que lo que inició como un simple comentario llegaría a dejar marcas tan profundas en mí. Y no fue precisamente el comentario que hice, sino la actitud que mi mamá adopto ante éste. Claramente ella era la persona más importante en mi vida hasta ese momento y ver la manera en que se alteró por lo que dije se me quedó grabada en mi memoria. Posterior a eso no dijo que estuviera mal, ni dijo que fuera pecado, nada de eso; pero es que en realidad ya no iba a ser necesario, su expresión había dicho todo y nada a la vez.

Desde ese momento la sociedad se empeñó en respaldar la reacción de mi mamá y la religión puso su parte para reforzar lo que la sociedad me enseñaba. A partir de ahí empecé a tratar de luchar contra corriente, empecé a reprimirme y a ocultar todo lo que yo realmente sentía. Entre el día de dicha conversación y la actualidad hacen casi 25 años, la historia ustedes se la pueden imaginar, no hay mucho que suponer. Lo importante es que el tiempo y la vida se encargaron de mostrarme que no había nada mal conmigo, que todo eso que la sociedad y la iglesia me habían enseñado no era cierto, porque en realidad no hay verdades absolutas, ni reglas inquebrantables en ese sentido.

Hace 2 meses (poco más de 2 años después de haber decidido aceptarme tal como soy) me di un ultimatum a mí mismo, me propuse a hablar con mi mamá y dejarle las cosas claras. Como en la mayoría de casos como este, es un momento bastante incómodo, pero yo tenía precedentes para evitarlo a toda costa por la experiencia que había tenido ya en mi infancia, el temor seguía ahí dentro a pesar del tiempo. El asunto es que en el momento menos esperado, mientras planchaba una camisa que me iba a poner, me armé de valor y le dije a mi mamá que necesitaba decirle algo... Minutos después estábamos sentados en el borde de su cama abrazándonos mientras llorábamos juntos; yo lloraba de felicidad y alivio, felicidad al ver la reacción que ella había tenido y alivio porque después de tanto tiempo me sentía libre, ya no tenía nada que me frenara a ser yo mismo de manera plena. Ella no sé por qué lloraba, supongo que es lo normal en estos casos, pero creo que no era necesario preguntar.

Lo que aquí yo relato no tiene nada de nuevo, estamos claros que no soy el primero, ni tampoco el último en vivir algo así, pero en lo personal solo espero que lo que a mi me pasó de pequeño no le vuelva a pasar a nadie más, espero que haya niños que puedan vivir plenos y felices, aceptados por su familia tal y como son. Y en caso de no ser así, espero que no le cueste tanto esfuerzo darse cuenta que las cosas no son como el mundo -al menos la parte retrógrada de este- lo quiere forzar a creer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario